paternidad y masculinidad
Unos cuantos hombres (entre los que me incluyo), exploramos la senda de las “nuevas masculinidades” empujados por la llamada de la paternidad. No es una llamada biológica, más bien es una llamada responsable que nos empuja a explorar modelos de masculinidad nutritivos para dar lo mejor de nosotros tras preguntarnos “¿qué tipo de padre quiero ser?”.
En el imaginario colectivo español la paternidad es percibida desde una perspectiva cada vez más “igualitaria”, de alguna forma estamos pasando de la paternidad clásica a una paternidad moderna, pero mucho me temo aún que nos encontramos ante una paternidad en transición.
Totalmente vinculada a la paternidad encontramos el concepto de masculinidad. Si bien un buen puñado de hombres empezamos a indagar en nuestra concepción de masculinidad antes de ser padres, otros indagan en su masculinidad a raíz de la llegada de alguna criatura en la familia. Darse de bruces con la paternidad en el momento de sostener por primera vez a la criatura en los brazos, es una realidad con la que muchos se topan. Para mí es la prueba significativa y tangible de que en la concepción de esa criatura, no había una conciencia y voluntad de traer vida al mundo, simplemente se encontraron con el resultado de algo en lo que participaron meses atrás: un encuentro sexual.
No me refiero en absoluto a hombres que se desentienden del embarazo o de la familia que han creado, me refiero a hombres que viven el proceso como si fueran partes totalmente prescindibles al principio, hombres que se sienten o ven inútiles durante el embarazo y que suelen coincidir con el mismo sentimiento las primeras semanas y meses de la criatura.
Trascender la idea que muchos teníamos sobre el significado de paternidad consistente en cambiar pañales, dar biberones y diversión es el objetivo de este artículo.
paternidad clásica o tradicional
La paternidad clásica está totalmente condicionada por un modelo de masculinidad también clásico (tradicional, heternormativo, tóxico…) que es limitante y tan poco nutritivo que impide el desarrollo en libertad de cualquier ser vivo.
Este tipo de paternidad es conocida por todxs ya que en mayor o menor medida la hemos experimentado en nuestras propias carnes: padres ausentes físicamente (largas horas en el trabajo o directamente desaparecidos), ausentes emocionalmente (pocas caricias, miradas, palabras de afecto, siempre enfadados…), autoritarios, proveedores, demostradores de fuerza física, castigadores oficiales, valientes, hacedores, organizados, violentos, normativos, estrictos, dominantes, inquebrantables…
Hombres sacados de unos moldes definidos que proyectaban en sus hijos “esa” como la única forma posible de ser hombre y en sus hijas “esa” como la única referencia válida de hombre real.
La paternidad clásica ha consistido vagamente en desentenderse de la crianza, interviniendo sólo en aspectos de aprovisionamiento material y/o castigos.
¿Cuántas veces te dijo tu padre que te quería sólo para que lo supieras?
¿Cuántas veces te abrazó tu padre sin motivo aparente?
¿Cuántas veces viste a tu padre triste o miedoso?
¿Cuántas veces hiciste lo que tu padre quería en lugar de lo que tú querías?
La paternidad clásica se podría resumir como la suma de experiencias que todxs hemos vivido. Historias más o menos trágicas, todas marcadas por un denominador común: el sometimiento de lxs hijxs al pensamiento de los padres. Así ha sido nuestra realidad como hijxs y así reproducimos la paternidad, totalmente carentes de modelos nutritivos en los que inspirarnos.
paternidad en transición
La paternidad en transición es lo que pasa aquí y ahora, es la imagen expuesta más arriba.
A pesar de lo que muchos creen, lo que se experimenta en los hogares españoles hoy, es más bien una paternidad en transición entre la clásica y la moderna por mucho que nos guste alardear de padres modernos.
Si bien los trabajos de cuidados y crianza pertenecían claramente a la mujer, las crisis de la Primera y Segunda Guerra Mundial, invitaron a las mujeres a ocupar los lugares de trabajo reservados a los hombres en las fábricas mientras estos perdían la vida en los campos de batalla. Esto supuso de algún modo el crack definitivo para que ellas salieran del espacio privado y ocuparan también el espacio público.
Gracias al movimiento feminista, en las últimas décadas la mujer se ha empoderado liberándose así de los mandatos tradicionales que la mantenían atada al espacio privado y ganando terreno en el espacio público demostrando que se manejan tan bien en él como los hombres.
En la teoría esto suena perfecto e ideal en cuanto a igualdad, pero la realidad es otra: lidiar con una carrera profesional y una vida familiar en la que aparecen hijxs, parece una hazaña imposible, sobretodo teniendo en cuenta el papel de la mujer en la crianza durante los primeros meses de la criatura. Un papel desde mi punto de vista insustituible de forma natural por el hombre.
Aquí es donde aparece el hombre en escena. Un hombre al que desde el movimiento feminista “sólo” se le ha tenido en cuenta para hablar de igualdad. Criamos a todxs lxs niñxs en igualdad, sin tener en cuenta las diferencias biológicas que encontraremos al querer ser madres y padres, se aborda la igualdad desde unos principios humanitarios sin respetar tales diferencias que nos obligan a maternar y paternar de formas totalmente distintas en cada caso particular.
Lo único que reivindico aquí, es que lo que se aprecia actualmente como un “padrazo” es al hombre que actúa (en mayúsculas ACTÚA) como el padre que se espera que sea y no como el que él siente que es.
Nos creemos hombres feministas, igualitarios y lo creemos de verdad, le echamos actitud y hacemos lo mejor que podemos para que exista el máximo equilibrio, pero lo hacemos mentalmente, de manual escrito, de libro de instrucciones, pero sin atender a nuestra dimensión emocional o instinto natural.
Con la frase “un hombre puede hacer todo excepto dar el pecho” por bandera, obedecemos esos manuales y a las voces de nuestras parejas que nos piden de la mejor manera que hagamos esto, eso y aquello. Nos sometemos así a lo que en la actualidad se considera igualdad.
Por eso estamos en transición, porque nos vemos sometidos en última instancia por lo que nuestros pensamientos lógicos y racionales nos dicen que debemos hacer por y para la igualdad.
Sin embargo nos queda mucho por pensar, mucho más por aprender y sobretodo por experimentar. La igualdad no es equilibrio y algunas veces lo que necesitamos es equilibrio en lugar de igualdad, aunque vayamos a contra moda. Poner la mirada en la criatura debería ser nuestro único cometido, empatizar con ella y desarrollar nuestra actividad en función de sus necesidades. Nada más.
Hombres en crisis
La incursión de la mujer en el espacio público ha dejado patente que ellas estaban más que preparadas para acceder a los espacios de dominio masculino y por otro lado ha hecho evidente la escasa voluntad del hombre en arropar su entrada o por entender el espacio privado del que ellas provenían.
Si bien ellas han hecho el ejercicio de caminar y explorar el camino que va de dentro hacia fuera, el hombre se ha quedado fuera y le está costando traspasar a dentro y explorar lo que hay.
Si el lugar de los hombres está siendo ocupado por mujeres, ¿qué lugar nos queda a los hombres?
Esta pregunta que así escrita parece superflua, ingenua y poco consistente, provoca un cortocircuito en nuestro cerebro masculino que no concibe tal posibilidad, por lo que se vuelve reactivo ante tal amenaza.
Racionalmente sabemos de sobras cuál es nuestro lugar, cualquier hombre te lo dirá, pero la realidad demuestra lo contrario, pues si nos sacan del espacio público para que ahondemos en el espacio privado, muchos caemos en una especie de agujero para la que no estamos preparados (ni dispuestos a explorar) de ninguna de las maneras.
No es casualidad que hombres que viven del feminismo, que conocen el terreno de juego de la igualdad mejor que nadie, se conviertan también en hombres opresores. La razón es la expuesta anteriormente, conocer las teorías feministas (o cualquier teoría) no nos lleva en absoluto a encontrar una vereda de luz. La luz sólo se encuentra traspasando la oscuridad.
Encontramos hoy muchos hombres cuyas parejas se alejan porque no se sienten comprendidas, porque no se ven apoyadas o acompañadas, porque no toleran más sus comportamientos “de hombre”, cuyxs hijxs son criados por toda la familia excepto ellos, hombres tristes (quizás deprimidos) que toman copas para evadir su mundo emocional, totalmente desconectados de sus emociones, hombres mayormente cabreados con TODO, hombres infelices que echan pelotas fuera, como si fuera responsabilidad externa su propia felicidad. Hombres al fin y al cabo que no han hecho un viaje interior para explorar lo que más miedo da, uno mismo.
El hombre en crisis seguirá así hasta que repiense su masculinidad, que no consiste en otra cosa que indagar en su historia personal y ver cómo esta le ha condicionado para ser hoy así.
La Nueva paternidad
La nueva paternidad o paternidad moderna consiste en abordar esta faceta desde el amor. El amor por la criatura, pero para ello debemos deshacernos de muchos patrones antes.
Si bien es importante que nos eduquemos en feminismo, es igual de importante que deconstruyamos nuestra masculinidad contínuamente pues somos hijos del patriarcado y como tales estamos sometidos a ciertas reglas que no podemos cambiar.
De la misma forma que nos invito continuamente a los hombres a revisar nuestro concepto de masculinidad, invito a las mujeres a revisar el suyo de femineidad, recordándoles que tanto nosotros como ellas estamos sujetos a un baile de energías masculinas y femeninas bajo las normas de una estructura patriarcal que promueve constantemente la polarización de ambas.
Una paternidad moderna consiste en aprovechar la crisis vital que supondrá el nacimiento de una criatura en el seno de la familia para indagar en la masculinidad con el objetivo de ofrecer a la futura criatura una crianza de calidad orientada a su desarrollo y no a las expectativas de lxs adultxs.
En el ejercicio de esta revisión masculina, abordamos sin duda comportamientos que hemos ejercido en contra de otros y otras. De esta manera, comprendemos que para el desarrollo óptimo de nuestra criatura sólo debemos comportarnos para con ella como modelos ejemplares y seguir satisfaciendo sus necesidades.
Se trata de estar presentes en la crianza de nuestrxs hijxs física y emocionalmente en lugar de ceder tal lugar a nuestras parejas. El pulso establecido entre paternar y trabajar debería decantarse por la primera opción, siendo ésta la que generará un mayor enriquecimiento muy a pesar de lo que lo que gran industria nos intenta vender. La frase “trabajo para dar a mis hijxs lo que yo no tuve” debería pasar a la historia como la mejor excusa jamás encontrada por el adulto que prefirió el dinero al árduo trabajo de educar.
Una hija o un hijo no requieren pañales, tronas, cojines, bibes, juguetes, camas, sillitas, bicicletas, ordenadores, consolas, videojuegos, televisión, discos, libros, ropas o cualquier cosa que podamos comprar, una hija y/o un hijo requieren sostén emocional, presencia física, apoyo, escucha, acompañamiento, mirada, guía y una buena alimentación, pero salta a la vista que la publicidad no se encarga de recordarnos esto.
Siguiendo el hilo de la figura del padre en transición en el que afirmaba que tal modelo no es moderno pues está sometido a las pautas impuestas por la sociedad, abogo por la paternidad moderna construida bajo la mirada de un hombre que haya cuestionado, repensado y replanteado su modelo de masculinidad.
Si además este hombre decide paternar al lado de otra persona o personas que también hayan cuestionado sus modelos tanto de masculinidad como de femineidad, la crianza de este nuevo ser humano está destinada a ser un éxito sin demasiados precedentes.
Honestamente, creo que disponemos de muchos casos de hombres que ejercen una paternidad moderna, acordada con sus parejas, sometida constantemente a revisión, haciendo cambios permanentes con el fin de proteger el óptimo desarrollo de la criatura, existiendo tales casos, debemos reconocerlos.
¿Se aprecia la diferencia entre una paternidad en transición que cambia pañales y juega con lxs hijos respecto a una paternidad moderna en la que lo importante es ser y estar?
Paternar es ofrecer el mejor tiempo del que disponemos para hacer de padres en lugar de ofrecer nuestro tiempo residual para ello. Acudir a reuniones de escuela, médicos, fiestas, solo cuando nos sobra tiempo es el claro ejemplo de una paternidad clásica, fabricar ese tiempo en nuestras agendas corresponde a un modelo de nueva paternidad.
Paternar antes del embarazo
Como decía en la introducción, la responsabilidad de paternar no empieza el día que nace nuestrx hijx, empieza un tiempo indeterminado antes. Cada uno de nosotros lo hacemos como buenamente podemos, pero observo que suele ser “tarde” cuando empezamos a paternar.
Tarde no es irremediable ni dramático, significa básicamente que podíamos haber empezado antes pero no lo hicimos por los motivos que fueran, pero esencialmente porque de alguna forma no nos incumbía físicamente, porque pensamos que “mucho no podíamos hacer” o porque simplemente decidimos delegar esa responsabilidad en nuestra pareja.
Paternar antes del embarazo, significa preparar el embarazo y lo que conlleva incluso antes de buscar tal embarazo. Preparar la relación para lo que va a venir y no esperar a la confirmación de un test para empezar a correr porque la cuenta atrás está en marcha. Saber a lo que se va a enfrentar una mamá es 100% necesario para poderla acompañar.
Cuidar el sexo y la sexualidad propia y de la pareja, es importante. Porque lo que hagamos en el previo determinará lo que venga después:
No es lo mismo buscar el embarazo que encontrártelo por sorpresa, de la misma manera que tampoco lo es mantener relaciones sexuales con la ilusión de que el encuentro traiga vida a hacerlo sin protección “porque ya tenemos una edad y si pasa, pues pasa”… ¿se aprecia la diferencia?
Se puede poner conciencia en el acto de crear vida y se puede tener sexo sabiendo que de ahí puede venir una criatura. Es sutil, pero existe la diferencia.
No digo que una u otra sea mejor manera, somos libres para hacer, simplemente elijo el gráfico ejemplo de la concepción de nuestrx hijx como muestra de que se puede paternar incluso antes del embarazo.
Preparar la relación de pareja para tomar decisiones ecológicas para ambos en lugar de delegar responsabilidades también es paternar, porque por mucho que nos preparemos, todo será distinto a lo imaginado, previsto o supuesto, así que el pilar fundamental será que sepamos llevar armónicamente nuestra relación.
Olvidemos que paternar es hacer todo lo que la madre no puede hacer porque está agotada (eso que tantos libros y publicaciones nos dicen a los hombres que debemos hacer), paternar es desarrollar conocimientos y habilidades para proporcionar los cuidados necesarios a la criatura y a la madre, y eso sale de dentro, no es una “imposición externa” y se debería trabajar antes del embarazo.
Paternar es disposición personal o lo que es lo mismo: actitud.
Defiendo que la actitud de parternar antes del embarazo es un primer paso hacia una paternidad moderna, pues el simple hecho de predisponernos para paternar, nos obliga a tomar una actitud de vuelco hacia lo que vaya a venir.
Paternar sin ejercer poder
Una de las cosas que caracteriza una crianza libre, es la no opresión de la criatura en favor de su desarrollo natural. Si algo caracteriza al pratriarcado es la opresión del hombre hacia la mujer y el hombre en un círculo infinito en el que seres humanos se oprimen los unos a los otros constantemente. Siempre imagino el patriarcado como la pirámide infinita en la que si te ves oprimido por un hombre o por una mujer, puedes tener claro que por encima de él o de ella habrá siempre otra persona oprimiendo. Es tan exagerado, que aún siendo evidente la opresión que ha sufrido el género no-masculino, encontramos evidencias de sometimiento en cualquier situación dónde se etiqueta a una parte como “débil” (sea por sexo, género, pensamiento, religión, color, altura, cultura… lo que sea).
Si algo caracteriza nuestras infancias es el hecho de que la mayoría hemos sido educados por mujeres opresoras (en mayor o menor medida, pero opresoras) a la sombra de otros hombres que ejercían algún otro tipo de opresión sobre ellas. Digamos que ellas han actuado oprimiendo a la sombra de otro gran opresor u opresora.
Sé que es duro leerlo y que causa ampollas. A ninguno nos gusta admitir que nuestra cariñosa madre también nos sometió, pero es una realidad. Vemos a madres a diario que parecen mamás perfectas, pero mamás también que tienen momentos de desesperación con sus hijxs porque les sacan de sus casillas. Madres que amenazan con no comprar un juguete o las chucherías prometidas, que dicen pequeñas (y piadosas) mentiras a sus hijxs porque “aún es pequeño y no se entera” y madres que escapan a la demanda contínua de esa criatura. Sobrevivir como criatura en el mundo que habitamos es de una admiración absoluta. Nadie escapamos de violentar a nuestrxs hijxs, lo importante es reconocer cuándo lo hacemos, en qué medida lo hacemos y ponerle remedio.
No se trata de señalar con el dedo quién oprime más o menos, ni de culpar a nadie. Se trata de mirarnos hacia adentro y decidir qué tipo de padres queremos ser. Esto no es una crítica a las maternidades ni paternidades existentes, es una reflexión, pues todxs hacemos lo mejor que podemos, pero debemos ser conscientes de nuestro poder sobre lxs infantes y tratar de permitirles desarrollarse de la forma más natural y esencial posible. ¿Cómo? transitando el camino poco a poco y agarrándonos a la barandilla, pues el abismo al que nos abocan lxs niñxs pequeñxs nos hace entrar directamente en contacto con lxs niñxs que fuimos y eso nos aterra.
Lo único que puedo ofrecerte hoy, es la seguridad de que no volverás a sufrir tanto como sufriste entonces, lo único que quedan son miedos infantiles, pero lo pasado, pasado está, ahora ya somos adultos. Someter, sea consciente o inconscientemente es una decisión. Siempre.
Conclusiones
Como hombres desconectados de nuestras emociones y amparados por una sociedad tradicionalmente machista, nos cuesta mirar cómo nuestras parejas se ven abocadas al abismo de la maternidad. Paternar consiste en empatizar con lo que esa criatura les trae y acompañarlas en esa aventura.
Una paternidad consciente consiste en conocer esta realidad, en compartirla con la madre de nuestrx hijx y transitar la crianza de la mano, con negociaciones y acuerdos constantes, dejando de lado las teóricas obligaciones de unxs y de otrxs.
Se puede dejar de lado la paternidad clásica basada en la evidente violencia que supone la falta de sostén emocional, se puede sobrevivir a una paternidad en transición en la que se juega más a demostrar teorías feministas que a sobrellevar la paternidad, pero sin lugar a dudas no se puede ofrecer una paternidad moderna sin haber hecho un trabajo consciente de revisión de la propia masculinidad.