hombres distantes

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Que a los hombres nos cuesta expresar nuestras emociones es una realidad. Otra realidad es que se nos reprocha a menudo. Y una tercera realidad, es que se nos exige que lo hagamos cuando se nos ha educado para todo lo contrario. Un lío vaya.

Los hombres somos emocionalmente inmaduros, acostumbramos a depender de nuestras parejas o madres para que ellas gestionen las emociones que somos incapaces de traspasar por nosotros mismos. Pero en ese momento, generamos una relación de dependencia que, como todas las relaciones de dependencia produce fatiga y sufrimiento.

Tampoco es casualidad que muchos rehusemos mostrar nuestra vulnerabilidad o expresar tristeza, es algo que no sabemos y que los mandatos prohíben. 

Es posible identificar miedo o tristeza en un hombre aunque no lo diga.

HOMBRES DISTANTES

La energía masculina es productiva, externa, enfocada a resultado, hacedora, activa… mientras que la energía femenina es cuidadosa, acogedora, recogida, interior… Todos los seres humanos poseemos ambas energías, en general los que llevamos la etiqueta de “hombres” colgada expresamos más energía masculina que femenina, mientras que las que llevan colgada la etiqueta de “mujeres” expresan en mayor cantidad energía femenina.

Insisto en que todos los seres humanos poseemos energía masculina y femenina, en el Tao se conocen como el Yin (femenina) y el Yang (masculina). 

Todxs somos hijxs de la revolución industrial. Un período en el que el masculino y el femenino se polarizaron exageradamente. La llamada del hombre para trabajar en la fábrica hizo que muchos abandonaran el campo y la ganadería para obtener un jornal a cambio de su trabajo en la fábrica, empieza así la época de intercambiar tiempo por dinero, una época en la que el dinero empieza a ser también un distintivo de éxito y poder.

Durante décadas el hombre se encargó de salir a trabajar a cambio de dinero mientras que la mujer se encargó de mantener el hogar. Leamos simbólicamente: “salir a trabajar” = exterior y hacedor, mientras que la mujer  se recoge y mantiene desde casa, desde el interior, esto es y será muy significativo.

Durante la Primera Guerra Mundial y sobretodo acentuado en la Segunda  Guerra Mundial, la mujer tomó protagonismo en el mundo exterior, debido a la falta de hombres que combatían en el frente de guerra como soldados. De esta forma, la mujer consiguió posicionarse también en el mercado laboral adquiriendo mayor autonomía y demostrando que puede desarrollar tan bien como el hombre esas tareas que hasta el momento eran exclusivas para ellos. 

De alguna forma, la mujer explota su energía masculina, haciendo, demostrando, saliendo, exteriorizando, obteniendo resultados, resolviendo e inequívocamente demostrando que puede hacer lo mismo que el hombre. 

La mujer hace un camino de dentro hacia fuera, explorando sus dos energías y poniéndolas ambas a su servicio. Sirva de ejemplo para demostrar que tanto hombres como mujeres poseemos ambas energías en nuestras vidas, lo que desarrollemos más o menos será cosa nuestra.

Sin embargo el hombre, apenas hoy aún ha explorado su energía femenina, la que se refiere al recogimiento interior, al cuidado, a la espera, a la intuición... Aferrado a su masculinidad trata de ser hombre sin prestar aún atención a una parte de su ser pendiente de explorar.



Diferencias en hombres y mujeres

En su naturaleza, la mujer es cíclica, sigue un ritmo lunar, cada 28 días aproximadamente recibe de forma natural unos días para el recogimiento, unos días en que físicamente desarrolla una sensibilidad “especial”. Los cambios hormonales representan altibajos emocionales, pudiendo pasar por estados emocionales en que la tristeza (por ejemplo) haga aparición.

De alguna manera, la mujer entra en contacto con su naturaleza primaria y emocional a través de la menstruación al menos 50 veces al año desde su primer ciclo menstrual. Sin embargo el hombre no dispone de un ciclo tan específico, tangible o marcado por la naturaleza.

Aún a riesgo de ser una explicación muy simplista y superficial, a la mujer se le permite entrar en contacto con esas emociones catalogadas como negativas tales como la tristeza o el miedo (paradójicamente también se las menosprecia por ello) mientras que al hombre se le prohíbe entrar en contacto con dichas emociones en caso de hacer aparición. Pero esto ya es cultural, no biológico.

Entendamos esta diferencia:

Desde pequeños aprendemos que los hombres no lloran ni tienen miedo, pues son hombres fuertes y valientes. Se les premia cuando muestran valentía o fortaleza mientras que se les recrimina que lloren, estén tristes o muestren miedo. Los mismos juguetes históricamente han hecho una división entre lo que significa ser niño y ser niña. Aún a fecha de hoy, entrar en una tienda de juguetes es un reto a nuestra voluntad neutral de compra, ya que la misma tienda suele estar dividida por colores rosas y azules.

Además, los mismos juegos y juguetes incitan a unas actividades u otras en función de si son para niños o niñas: en el caso de los niños, los juegos y jueguetes están destinados a la creación de artilugios con herramientas, a deportes, coches, a lucha (pistolas e instrumentos varios), mientras que los juegos y juguetes para ellas son del tipo cuidados (médicas, enfermeras, amas de casa…), arreglos físicos (peluquería, pinturas de uñas, masajes…), cocinas, instrumentos musicales…

No hace falta que me creas, escribe en google imágenes “juguetes para niñas” y compáralo con “juguetes para niños” ¿sorprendidx?


Tanto la masculinidad como la feminidad se polarizan constantemente, determinándose ambas desde su máxima oposición. 


Un hombre es más hombre cuanto menos mujer parezca. Por ejemplo: un hombre mostrándose sensible es señalado como afeminado. 

Una mujer es más mujer cuanto menos hombre parezca. Por ejemplo: una mujer físicamente activa es señalada como menos mujer y además existe una palabra para ello: marimacho.

De esta forma tan simplista crecemos y somos educados. Nadando en un océano inmenso de estereotipos, etiquetas, moldes en los que encajar y un sinfín de imposibilidades que atenúan nuestra autenticidad natural.


Nos convertimos en hombres y mujeres prefabricados. 


En el campo emocional, la mujer transita el miedo y la tristeza como emociones preponderantes mientras que el hombre se queda con la rabia y la alegría. 

El miedo y la tristeza son dos emociones de recogimiento o interiores, mientras que la rabia y la alegría son de expresión externa, de expansión. Así es como hombres y mujeres quedamos polarizados por nuestras emociones.



Las emociones prohibidas

En la construcción de nuestra masculinidad, los hombres recibimos desde muy, muy, muy pequeños instrucciones claras de lo que sí podemos hacer y lo que no:

  • No seas niña

  • No llores

  • Llorar es de niñas

  • ¿De verdad te da miedo eso?

  • Llorar es de débiles

  • Los hombres no lloran

  • Sé fuerte, no te muestres débil

  • Las niñas son más débiles

  • Mi hijo es un machote

  • Pegar está mal, pero si te pegan devuélvela más fuerte

  • No tengas miedo, no seas nenaza

  • Sé un hombre, esto no puede darte miedo

  • Los hombres son valientes

Con este listado infinito de frases que habremos escuchado centenares o miles de veces, construimos nuestra identidad masculina por oposición. Polarizamos emociones como buenas o malas en función de si nos pertenecen o no siendo varones y creamos una masculinidad carente de 2 emociones básicas: el miedo y la tristeza.

Además, la cultura en general no ayuda a que sea distinto, afianzando aún más estos estereotipos de género a través del cine, la publicidad, las redes sociales, las series, el humor…

Para colmo, en la adolescencia conocida como el segundo nacimiento, es la etapa de la vida en la que nos desvinculamos de nuestros orígenes (la familia) para crear nuestra propia identidad. Aquí solemos experimentar nuestras primeras relaciones sentimentales, en las que tarde o temprano nos topamos con un desamor que nos produce tristeza y lo gestionamos como nos han enseñado: tapando y negando tal emoción. Acostumbrarnos a “gestionar” (no-gestionar) estas emociones escondiéndolas y dando por hecho que desaparecerán, es una de las prácticas más habituales.

Tristeza

Usemos el ejemplo del desamor adolescente para explicar la tristeza.

La tristeza es una emoción que todos hemos vivido. Se manifiesta corporalmente para anunciarnos la falta de algo o una pérdida, sea imaginaria o real.

La emoción de la tristeza nos hace transitar 5 etapas del duelo descritas por la Dra. Kubler Ross de forma clara y sencilla.

Con el ejemplo del desamor en la adolescencia, imaginemos el corazón de un joven literalmente hecho añicos. En este caso el joven tiene varias opciones:

  1. Acudir a sus adultos de referencia para compartir su vivencia

  2. Compartir la vivencia con sus pares (amigos varones)

  3. Guardar para sus adentros la emoción y manifestar indiferencia.

La primera posibilidad sólo se puede dar en el seno de una familia en la que la confianza y la palabra sean el pan de cada día. Un joven que busca apoyo de sus padres sólo lo encontrará si lo ha recibido toda la vida, en caso contrario seguro acudirá a los amigos, pues sabe sobradamente que el entorno familiar no es propicio para el amparo emocional. 

En el segundo caso (acudir a amigos varones) las posibilidades de movimiento exitoso son remotas. En pocos casos encontramos a jóvenes varones emocionalmente disponibles para dar apoyo emocional a un par. Digo en pocos casos y no imposibles para no parecer determinista, pero en una sociedad en la que ni los adultos solemos ser capaces de dar sostén emocional a nuestrxs hijxs, ¿qué podemos esperar de nuestros jóvenes?

Sea como fuere, con un poco de suerte nuestro joven imaginario encontrará consuelo con sus amigos, en forma de fiesta, alcohol o cualquier sustancia que sea capaz de llenar ese vacío interior.

En el tercer caso, encontramos a un joven perdido y totalmente incapaz de pedir ayuda a su alrededor, un joven que prefiere enterrar la emoción en sus adentros con la esperanza de que con el tiempo se marche ese malestar, seguramente haya escuchado varias veces eso de “el tiempo todo lo cura”. Siento mucha lástima por este joven sin herramientas que se aferra al mandato de masculinidad tradicional en el que el hombre fuerte y duro puede con todo y no necesita ayuda. Ojalá alguien le pudiera avisar de los costes que tiene esta senda.

En el primero y segundo casos, aparecen también la posibilidad de la figura femenina, muy socorrida por hombres también a lo largo de nuestras vidas:
Una madre que sí mostró sostén emocional durante la infancia, que lo sigue proporcionando en la adolescencia y seguramente lo proporcione también en la adultez, sosteniendo a un niño en cuerpo de adulto. 

En el caso de las amigas, nuestro joven encuentra en sus pares féminas el apoyo, la comprensión, el amor y la paciencia que no le ofrecen sus pares varones ¿Por qué ellas sí y ellos no? Porque ellas están emocionalmente dispuestas y entrenadas a hacerlo. Así de simple.

Miremos como miremos, encontramos a un joven con muy pocos recursos personales para transitar la tristeza desde una masculinidad sana que le otorgue poder y energía para vivir la emoción de forma adecuada.


Este joven somos la mayoría, que crecimos tapando o delegando nuestra dimensión emocional, pero ahora somos adultos y debemos aprender a gestionar nuestras emociones.

Miedo

El miedo es una emoción que nos informa de algún peligro. El miedo es primitivo y nos ha permitido sobrevivir como especie hasta el día de hoy. 

Sin embargo, muy parecido a lo que pasa con la tristeza, es una emoción que sentimos pero negamos por la carga social que conlleva. Tener miedo significa no ser valiente, no tener el control y en definitiva no ser hombre.

Cuando le preguntamos a un hombre a qué le tiene miedo, puede pensárselo y llegar a la conclusión de que tiene pocos miedos o ninguno.

Habitualmente encubrimos el miedo de la siguiente manera: “no tengo miedo, sólo estoy preocupado por…”, “no es miedo, estoy intranquilo…”, etc. 

No es racional, lo hemos interiorizado como algo negativo que debemos rechazar, no podemos mostrarlo porque en nuestro imaginario dejaríamos de ser hombres automáticamente.

Sin embargo, las evidencias del miedo en el hombre son tangibles: las guerras que mantenemos los países son fruto del miedo, el maltrato hacia los demás suele venir condicionado por el miedo, las reacciones violentas cuando nos vemos acorralados son fruto del miedo, la parálisis o inacción social ante los recortes de libertades que nos producen constantemente los gobiernos son fruto del miedo, huir de casa de una amante al amanecer o dejar de contestar mensajes suele ser fruto del miedo… podríamos seguir así durante horas, pero pocos reconocemos nuestros miedos.

rabia

Si algo hemos aprendido a hacer los hombres es camuflar el miedo y la tristeza con la rabia. 

La emoción más habitual en un hombre es la rabia seguida por la alegría. Te recomiendo la lectura de “hombres (blancos) cabreados, de Michael Kimmel, un profundo análisis sobre la sensación de confusión, traición e ira que muchos hombres (blancos) arrastran. Que haya tantos hombres iracundos no es casualidad.

Y es que de nuevo la realidad nos sirve como prueba para estas afirmaciones:
Si perteneces a una familia más o menos extensa, seguro que hay o había en ella un tío, un abuelo, padre, primo mayor… algún hombre al que siempre percibieras como cabreado (de la misma forma me atrevo a afirmar que había o hay una tía, abuela, prima mayor que no te dejaba recoger el plato de la mesa o fregar después de comer…) ¿me equivoco?

Los hombres hemos podido expresar libremente alegría y rabia, pero hemos tenido prohibidas el miedo y la tristeza. Mientras lees esto tu sentido común te dice que tampoco es tan exagerado, que claro que los hombres sentimos miedo y tristeza, pero de alguna forma estás de acuerdo con lo que digo.
Vamos con los ejemplos:

Imagina una situación dolorosa en la que se produce la pérdida de un ser querido, tal como un fallecimiento o una separación. Examina estas dos posibilidades de reacción del hombre que las sufre:

  • Ira: destrucción, golpes, gritos, irritabilidad…

  • Tristeza: llanto, recogimiento, apatía, búsqueda de consuelo...

Si eres capaz de imaginar a un hombre en ambas situaciones, seguramente imaginándolo en la ira, lo veas rodeado de más personas tratando de consolarle, como si sucediera en un espacio público, sin embargo, imaginándolo en la tristeza puede que lo veas en casa, tomando una copa, fumando pitillos o llorando a solas en lo que parece un hogar vacío, sin nadie a su alrededor. La rabia se muestra en público, la tristeza no, así lo hemos interiorizado.

No hay “solución correcta”, las emociones no son estancas, no vivimos la tristeza y ninguna otra emoción de forma aislada, se entremezclan, en los procesos de duelo hay una fase en la que aparece la ira, podemos sentir alegría a la vez que tristeza, o cuando tenemos miedo, la ira es una aliada, es una fuente de energía para atacar ante lo que percibimos como peligro.

No intento decir lo que está bien o mal porque un mismo hecho despierta distintas emociones en las personas, somos únicos. Lo remarcable en este caso es que seamos capaces de apreciar cómo los hombres hemos aprendido a esconder la tristeza (o el miedo) y a camuflarlo con la ira. Hemos aprendido a camuflar nuestras emociones “prohibidas” con una emoción “permitida” o “masculina”. 

En situaciones como entierros, está permitido ver a un hombre emocionado, incluso soltando una lágrima (sobretodo si es un hombre de edad avanzada), pero pocas veces veremos a hombres llorar “a moco tendido”. Está socialmente mal visto, si eres hombre incluso habrás vivido situaciones en las que deseas llorar pero no puedes. Ese “no puedes” es el condicionamiento de años y años de represión emocional. No podemos porque hemos aprendido a no-poder.

No abogo por que lloremos o no lloremos, a mí eso me da igual, lo único que hago es poner de manifiesto que no solemos permitirnos hacer algo que de pequeños nos aliviaba pero que a medida que crecimos entendimos e interiorizamos que no debíamos hacer.


Por otro lado, me guardo este pequeño párrafo para dedicar unas palabras a nuestras compañeras, que más de una vez en sesiones individuales me han manifestado “se suponía que no tenía que llorar” secándose las lágrimas recién salidas a la vez que forjaban una media sonrisa que les ayudaba a cortar el chorro del lagrimal.

Con esto quiero decir que todxs somos víctimas de una sociedad emocionalmente represiva. Nadie escapamos a esta realidad.


Si no te ves reflejado con todo lo leído, te sugiero una última prueba:
Pregúntale a la mujer más cercana que haya en tu vida qué emoción muestras más, si rabia, miedo, tristeza o alegría. Me apuesto lo que sea a que la respuesta es alegría y rabia.

Conclusión

Con las anteriores líneas no trato de decir lo que está bien o mal, eso no me interesa, he podido experimentar en mi vida lo que a mí personalmente me aporta beneficio y lo que no. Ese es mi baremo de medición, lo que me sirve y lo que no. 

En general, lo que me ha servido para sobrevivir ha sido ocultar mis emociones, mostrarme sensible en ocasiones muy oportunas para ello y duro y muy masculino en otras. Eso ha servido para sobrevivir, pero tengo que decir también, que entrar en contacto con el miedo y la tristeza me han servido para vivir con más paz. Hay una clara diferencia entre vivir y sobrevivir.

Ocultar las emociones es ocultar una parte de nuestro ser esencial. Es prohibirnos ser y sentir de forma libre y natural. Es automutilarnos para encajar en el molde de la masculinidad. Y eso quizás nos permita sobrevivir, parecer muy viriles, pero definitivamente se aleja en exceso de la percepción de hombre completo.

Ser hombre es SER en plenitud, ser completo, ser en totalidad. 

¿Dudas, preguntas, disidencias? En los comentarios por favor.

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