Germán Sancho Coach de hombres. Reconstruyendo la masculinidad

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Teoría de la testosterona

“Somos biológicamente diferentes y eso repercute en nuestra forma de actuar y ser”

Esta es una de las frases con las que me han abordado alguna vez.

Creo que sólo sirve para justificar las conductas de riesgo, masculinidad y (en este caso también) siniestralidad.

Dado que hay mucha información al respecto, te cuento una de tantas experiencias vividas y te animo a indagar en tu propia experiencia para recordar si tú también te has puesto en riesgo (a ti o a otr@s) para demostrar lo machote que eras. Decirte además que hay cantidad ingente de información y estudios para que si quieres, puedas profundizar al respecto.

el revolcón

La foto de la portada es de mi primer coche en 2007, yo tenía 20 años. Era un mediodía de Septiembre y volvía a casa tras hacer la matrícula de la universidad.

Vivo en una pequeña ciudad separada de Barcelona por un macizo. Ambas ciudades están conectadas por una vieja carretera de curvas que frecuentaba con el coche habitualmente... Motor, curvas y testosterona.

La conocía a la “perfección”, cada curva, cada tramo en el que se “podía adelantar” y las horas más frecuentadas por coches y motos.

Al entrar en la carretera me encontré que delante tenía a una furgoneta Volkswagen azul (una T4) que vio mis intenciones alocadas de adelantar a lo que respondió apretando ligeramente el acelerador.

No íbamos rápido, pero tampoco íbamos a paso de tortuga. Podría haberme quedado tras ella hasta el final del trayecto, pero me había molestado que tras un intento de adelantamiento “aligerara el paso”.
Le tenía que demostrar que si yo quería, le podía adelantar.

Tras unos cuantos minutos de curvas, sabía que se acercaba una “recta” que cuenta con una ligera curva pero con “total visibilidad”, así que reduje marcha y me dispuse a adelantar. Cuando ya le había sobrepasado, apareció de la nada un Volvo verde de frente y esta fue la secuencia de sucesos:

  • Volantazo a la derecha (evitar el colisionamiento frontal)

  • Invadir el inexistente arcén y pisar hiervas

  • Perder el control

  • Invadir el carril contrario

  • Golpear un muro

  • Volcar el coche

Ni yo conocía a la perfección la carretera, ni se podía adelantar, ni era una recta con total visibilidad.

Con la ayuda del hombre de la furgoneta salí del coche sin un solo rasguño.
Desde dentro el accidente no me pareció gran cosa, pero la cara y palabras de los que lo presenciaron fueron un espectáculo.

No fue un accidente

En la web de la OMS encontramos este texto:
”Desde una edad temprana, los varones tienen más probabilidades que las mujeres de verse involucrados en accidentes de tránsito. Unas tres cuartas partes (73%) de todas las defunciones por accidentes de tránsito afectan a hombres menores de 25 años, que tienen tres veces más probabilidades de morir en un accidente de tránsito que las mujeres jóvenes.”

¿Casualidad? No lo creo.

Usar la palabra accidente cuando cometemos una imprudencia, es a todas luces una forma de no responsabilizar a quien causa el accidente.

En mi caso, fue considerado como tal y nadie pidió ninguna responsabilidad.

Al día siguiente del siniestro, recogí con el coche de mi madre a un amigo que había llegado a Barcelona en barco. Que estuviera mareado por el viaje o que yo hubiera volcado un vehículo el día anterior, no me persuadió de “coger rotondas” haciendo chirriar los neumáticos del coche.

Lo que a día de hoy veo como la prueba irrefutable de que no había aprendido nada del día anterior. Seguía conduciendo de forma poco segura, arriesgando y “demostrando” que no tenía miedo.

Muy masculino todo ello.

Adultos adolescentes

Según David Elkind, en la etapa adolescente, podemos manifestar ciertas características de las que recuerdo especialmente 2:

Audiencia imaginaria

Como adolescentes tendemos a considerarnos el centro de atención. Esta característica la reconocí al instante cuando la estudié durante la carrera:

El recuerdo de haber vivido tal “audiencia imaginaria” siendo un chaval, ir por la calle, cruzar por delante de un banco repleto de chicas y queriendo demostrar una actitud de seguridad en mi mismo, terminar tropezando por los nervios, poniéndome muy rojo y observando que nadie estaba prestándome atención ni había visto el tropiezo.

La fábula de la invencibilidad

Sin embargo esta no la reconocí como tal cuando la estudié. Lógicamente acepté el hecho de asumir algunos riesgos pero no creerme invencible (creo que mi ego no permitía aceptar tal afirmación de invencibilidad a pesar de poner mi cuerpo a prueba durante aquellos mismos años en la facultad).

Además, el simple hecho de asumir “algunos riesgos” con la propia salud, ya indica cierto grado de percepción de invencibilidad.

¿Qué nos lleva a asumir tales riesgos?

En primer lugar la carga social de no-ser suficientemente hombre cuando esos riesgos van asociados directamente a la masculinidad. Por ejemplo beber con los colegas demostrando un increíble aguante. Como si pudiéramos decidir cómo nuestro cuerpo tolera el alcohol (me fascina el haber competido para ver quién bebía más), totalmente absurdo.

En segundo lugar la percepción de hombre = héroe = invencible. En el imaginario colectivo esta imagen de arriesgar = virilidad.

Y para finalizar la imperiosa necesidad que sufrimos los adolescentes de encajar en un mundo que nos exige ser de una determinada manera y nos señala si no encajamos ahí.

Pero ¿qué nos pasa cuando nos hacemos adultos?

adultos adolescentes

Tanto la audiencia imaginaria como la fábula de la invencibilidad, es algo que permanece en el mundo de los adultos. A pesar de que Elkind lo defina como características adolescentes, me atrevo a afirmar que son permanentes en la edad adulta.

La audiencia imaginaria sigue formando parte del colectivo adulto, puede que de otra forma más sutil (más controlada por nosotros mismos), pero igualmente sigue ahí.
Prueba de ello es el “qué dirán” que tantos hemos oído mencionar a algunos adultos proyectando sus propios miedos en los adolescentes cercanos que seguramente actuaban de forma genuina y única (esto da para otra entrada).

En cuanto a la fábula de invencibilidad en el mundo adulto, destacar su relación directa con la masculinidad tradicional.

Ejemplos pueden ser las altas velocidades que asumimos al volante, la forma en que despreciamos a nuestro cuerpo físico (bebiendo sin control, no acudiendo al médico por pequeñas dolencias que catalogamos de insignificantes, no acudir al urólogo para análisis periódicos…), actitudes de riesgo en el trabajo (la prevención de riesgos laborales es la consecuencia de la alta mortalidad/lesión en lugares de trabajo a causa de muchas -no todas- prácticas arriesgadas asumidas durante tantos años) y todo aquello que se te pueda imaginar.

¿Qué nos diferencia de los adolescentes?

La testosterona y sus teorías

La biología no lo determina todo. Los hombres no morimos más en la carretera por nuestra condición biológica natural. Debemos aprehender que nuestros comportamientos no se justifican por la biología sino (también) por unos valores culturales que nos hacen comportarnos de una determinada manera.

De lo que biológicamente somos, a lo que culturalmente recibimos que deberíamos ser, hay un abismo impresionante y es en ese abismo donde debe albergar nuestra capacidad de SER, sin poder justificar nuestros actos a través del cuerpo físico “predeterminado” ni de la cultura recibida.

Personalmente, rechazo cualquier teoría que generalice y nos permita justificar nuestras conductas por el hecho de ser hombres y enfatizo el simple hecho de que como hombres, debemos cuestionar todo aquello que hacemos con el fin de demostrar nuestra hombría.

Si estudiamos a fondo la hormona de la testosterona veremos que no tiene nada que ver con la invencibilidad, el poder o la superioridad. La única forma en la que la masculinidad tóxica la ha usado en su propia contra es en que la deficiencia de esta hormona puede producir disfunción eréctil o reducción del impulso sexual y claro, eso ataca directamente a nuestra virilidad.

Escindir el propio cuerpo

Escindir nuestro propio cuerpo es el acto más temerario que podemos hacer.

Arriesgar nuestras vidas y las de l@s que nos rodean por el simple hecho de “demostrar” nuestra virilidad, debería ser algo del siglo pasado.

Cada vez que sientas miedo, significa que tu cerebro primitivo (el encargado de tu supervivencia) te está mandando una señal para que no hagas eso que estás a punto de hacer. Si lo haces por el “qué dirán” sepas que estás respondiendo a la llamada de la manada a demostrar tu masculinidad.

Si te reconoces asumiendo riesgos innecesarios (por ejemplo saltar de lugares altos, hacer deportes de riesgo sin protección, provocando peleas, manteniendo relaciones sexuales de riesgo, conduciendo a altas velocidades…) y no sientes miedo, te recomiendo que empieces a explorar en tu interior.

¿Qué buscas con esa acción?

Es posible cambiar

Convencido de que la masculinidad es una percepción social y cultural antes de que cada uno construya la propia, sé por experiencia que se puede cambiar.

Te animo a revisar tu percepción de masculinidad y empezar decidir el que hombre que quieres SER.