Germán Sancho Coach de hombres. Reconstruyendo la masculinidad

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Slow life y el síndrome postvacacional

Agosto 2020, vacaciones familiares, comer bien, pasear, descubrir, respirar, aprender y saludar mucho.

En plena crisis “COVID 19” muchos hemos optado por unas vacaciones a la vieja usanza. Pueblo, familia y mucha calma.

movimiento slow

El movimiento slow nace a finales de los 80 en Europa, bajo el amparo del slow food como movimiento crítico en respuesta a la comida fast food que venía imponiendo América del Norte con su expansión de restaurantes “Mc Donall’s”.

Han pasado más de 30 años y somos muchos los que seguimos intentado introducir un poco de slow en nuestras vidas por lo beneficioso que experimentamos al vivirlo.

Slow life personal

No puedo negar que siempre he sido un poco slow. A los 15 años una monitora me dijo que le ponía nerviosa el verme siempre tan calmado, a los 23 una supervisora me confesó que le recordaba a Punset por mi forma descansada de hablar, en la actualidad los miércoles solemos salir en bici bajo el eslogan de “tenemos 2 marchas, una lenta y otra más lenta” y para rematarlo, las personas con las que he convivido coinciden en que soy muy (muy, muy) lento fregando. Lo tengo que confesar, me gusta esto de ser slow.

Estamos de retiro veraniego en un pueblo salmantino. Todo es campo amarillo, encinas, agua del río, un cielo azul precioso… Naturaleza y abundancia en perfecto equilibrio. Un paisaje totalmente distinto a la urbe que muchos consumimos a diario y tanto nos aleja del ser esencial que somos.

Aquí te sientes bien por la cantidad de belleza que nutre todos los sentidos. El olor a campo seco, a vacas y cerdos, escuchar a los caballos relinchar o el silencio que nos invade en cuanto deja de soplar el viento, el musgo seco en contacto con la planta del pie al escalar las peñas, el agua fría del río, ver el cielo completamente estrellado por las noches como si no cupieran más estrellas en el lienzo oscuro y por supuesto, saborear el producto de la tierra, hecho a mano, con mimo y cariño, con paciencia y sin prisa, en plan slow.

Aquí todo es slow y me encanta.

Mi visión del slow life

Todo es pausado y mientras lo escribo pienso que solo es slow si lo comparo con la vida que llevamos los 360 días restantes del año. Y me da un poco de rabia pensarlo así, es como al arroz integral, que aún siendo el “normal” lo llamamos integral, mientras que al refinado lo consideramos normal… así nos va, que lo procesado es la norma y nos extrañamos cuando el cuerpo muestra síntomas de rechazo a tantos alimentos… Pero no me voy por la vía alimentaria, eso para otro día.

Que hemos normalizado el ir como pollo sin cabeza, la vida con horarios regidos por agendas sin huecos, relojes incansables de vibrar con notificaciones constantes y la sensación de no aprovechar el tiempo el día que nos quedan huecos por llenar.

Enfermamos y en lugar de reposar intentamos aprovechar los días en casa para limpiar, ordenar o poner al día “asuntos atrasados”… ¡¡Necesitamos reposar!! Nada más.

¿En qué nos estamos convirtiendo? Auténticos autómatas programados para aprovechar el tiempo (que tenemos muy interiorizado que es un bien escaso y no vamos a recuperar). Locomotoras tirando de un tren que pesa mucho y con la vista puesta en la próxima estación en la que parar a descansar. Esas merecidas vacaciones, que a menudo también funcionan a golpe de reloj, como una cuenta atrás también programada. “Pasajeros al tren” y vuelta a empezar. Chu chu los primeros días y con las calderas de carbón a pleno rendimiento al cabo de poco. El tren se va a quemar, no es una predicción, es una realidad.

Síndrome postvacacional le llaman.

síndrome postvacacional

¿Cómo no lo vamos a sufrir? Es lo más normal con la vida que llevamos. Dos ejemplos:

1- Un año entero programando el viaje de vacaciones, con sus hoteles, museos, spots inolvidables, los mejores restaurantes de la zona, todo está planeado, todo bajo control... Los más ansiosos empezamos a planearlo en el avión de vuelta el año anterior o los últimos días de las vacaciones. Imagina esta escena: sentado en el desierto, rodeado de gente que habla otro idioma y amablemente te ha invitado a tomar un té. A tu lado tu compi de de viaje que te espeta: “el año que viene, ¿sabes dónde me gustaría ir?”. Ahí empieza todo.

Agendas llenas, todo programado con antelación, sin espacio para improvisar aún estando de vacaciones (palabra derivada del latín vacans: estar libre, desocupado, vacante). Escasea la libertad, aunque tenemos la sensación de experimentarla, pues hemos elegido libremente disfrutar de ese destino y de esa manera.

Pero un día volvemos a “la oficina” (que cada cuál llame a su lugar de trabajo como quiera) y seguimos con la misma agenda, a tope, con todo programado, igualmente sin espacio para la improvisación. Y de repente alguien llama a la puerta y no, no es el síndrome postvacacional. Tú eso no lo sufres, porque no has tenido tiempo de desconectar, simplemente has mantenido el ritmo, aunque cambiando de paisaje. Pero te sientes “depre” y lo único que te anima es planear lo que vas a hacer en un año, en las próximas vacaciones. Porque es el único momento en el que tienes sensación de libertad, aunque no te engañes, es una falsa libertad con un bonito decorado.


2- El segundo ejemplo tiene que ver con esas vacaciones en que aprovechamos para no hacer “nada”. Nos relajarnos, leemos, paseamos… hacemos (o no) lo que sea que nos haga desconectar. Y lo hacemos, lo hacemos tan bien que al volver a la rutina la hostia de realidad nos deja deprimidos, aquí sí aparece el síndrome postvacacional. Los ritmos del cuerpo son tan diferentes en vacaciones y en el día a día que experimentar el contraste nos deja aturdidos.

Vivimos a un ritmo tan frenético que nos duele mucho volver a trabajar (y no voy a entrar a analizar los casos en los que no nos gusta nuestro trabajo).

Las vacaciones donde experimentamos nuestro auténtico ritmo natural, levantarnos sin despertador, con tiempo para desayunar porque “no hay nada que hacer”, pasear sin destino por el placer de pasear, leer sin prisa saboreando cada palabra, cocinar a fuego lento, disfrutar de una cerveza fría a la hora que apetezca… contrastan mucho con el ritmo no-natural de nuestras rutinas donde todo tiene un por qué racionalmente justificado.

soluciones para el síndrome postvacacional

Si buscamos por internet cómo paliar el síntoma o cómo no sufrirlo, irremediablemente encontramos parches. Es un síndrome muy occidental, que sufrimos los acelerados, los que llevamos vidas con rutinas que no disfrutamos.

Como en nuestra medicina, no encontramos soluciones para el problema de raíz, encontramos tiritas del tipo: “no apures las vacaciones hasta el último día, vuelve 2-3 días antes para acomodarte a tu rutina”, o “sé optimista y positivo, es la mejor manera de superar el periodo de adaptación…”

¡PAPARRUCHAS!

Lo suyo sería aprovechar las vacaciones hasta el último día y dejarnos de hacer el monguer por casa 2-3 días antes de volver a trabajar, solo de pensarlo me dan escalofríos. La mayoría ni disfrutamos del mes de vacaciones entero como para desperdiciar 2-3 días adaptándonos a algo que no nos apetece hacer… en fin.

Insisto en que esto es muy personal, pero desde mi punto de vista lo único que puedes hacer para no sufrir un síndrome postvacacional del copón es que tu vida diaria sea tan bonita y perfecta que jamás tengas ganas de abandonarla o que la puedas llegar a echar de menos.

Para ello, hacer lo que te gusta durante todo el año es clave.

Y desde mi experiencia, añadir mucho slow life a tus rutinas te darán otra visión de lo que es vivir.

slow life

Vivir slow no significa nada más que poner conciencia en todo aquello que hacemos. Conciencia y voluntad de hacerlo. Se puede trabajar slow, se puede montar en bici slow, se puede desayunar slow, se puede follar slow, se puede ir al gym slow, se puede TODO slow.

Pero para ello se tiene que poner conciencia. Vivir rodeado de relojes, de agendas, de horarios, de obligaciones, de “cosas que deberíamos hacer”, de personas que corren… nos hace percibir la vida como algo finito que debemos aprovechar, desde una mirada muy de escasez, tempus fugit.

Y no lo voy a negar, el tiempo es limitado, pasa volando y nos arrepentiremos de no haber hecho todo lo que pudimos, pero seguro que no nos arrepentiremos de haber dedicado mucho tiempo a escribir algo bonito, a criar a un hijo, a pasear con alguien cogidos de la mano en silencio, a flotar en el mar dejándonos llevar por las olas, a una comida con una sobremesa eterna… seguro que no nos arrepentimos de saborear ninguno de esos momentos a los que pudimos poner la etiqueta de momento slow life.

Por este simple motivo te animo a practicar (en el ámbito de la vida que tú quieras) un poquito de slow life. Estoy seguro que te encantará.

Vivir slow no impide nada.


Last slow tip

Casi se me olvida algo que me parece muy slow y fácil de incorporar a nuestro día a día.

Desde pequeño aprecié que en mi pueblo materno todo el mundo se saludaba por la calle. Es fácil allí, pero en ciudad centro la cosa es menos habitual, aunque se pueda hacer. Si vives en un barrio y te acostumbras a saludar a la gente con la que te cruzas, verás que en poco tiempo los saludos se convierten en sonrisas cómplices que te agradarán.

Sobre la bici es algo que practicamos siempre y curiosamente cuando alguien no saluda decimos: “iba demasiado rápido para saludar”.

Pues eso, te podrá parecer una tontería, pero saludar también es slow y nadie puede negar que lo puede incorporar a su rutina.

Estas vacaciones estamos veraneando en un pueblo que desconocía y me he dedicado a saludar a diestro y siniestro desde el primer día. Saludo con energía, euforia y alegría.

Ayer llamaron a la puerta de casa porque mi coche impedía maniobrar a un camión ¿Alguien sabe cómo supieron de quién que era el coche? El anciano sentado en el balcón de enfrente al que saludo cada tarde sí lo sabía.